La idea que vomité para un guión
Localización: Altea
Trama: recorrido, casi deriva, de casa a la facultad, la repetición del camino permite observar e ironizar sobre el pueblo, la gente y la realidad diaria
Enfoque: Podría tratarse como un documento de guerra, la lucha diaria contra la pereza de recorrer esa distancia que separa el “saber”, el “aprender”, del hogar, una novela de un solo capítulo que se repite sin cesar. Se podría vestir al protagonista de directamente de soldado…otra opción sería jugar con el vestuario para transmitir la idea de que es un recorrido repetido día tras día.
Historia:
Abro la puerta, cierro la puerta, giro las cerraduras, compruebo que lo llevo todo, bajo escaleras, bajo escaleras, se me olvidó algo, subo escaleras, subo escaleras, giro las cerraduras, abro la puerta, me cago en la puta, ya lo llevaba, me miro al espejo, abro la puerta, cierro la puerta, giro las cerraduras, bajo escaleras, me detengo antes de abrir la puerta del zaguán para comprobar que no se me olvida nada, me miro en el reflejo, veo la calle, al final del pasaje, abro la puerta, llego al final del pasillo, me asomo con cuidado al borde, no quiero atropellar a nadie, y me lanzo, agacho la cabeza, ya llego tarde, paso entre los coches, levanto la cabeza, miro a la derecha, llego a la otra acera, agacho la cabeza, me miro en el reflejo de la zapatería, de la boutique y del Banco de Valencia, llego a la plaza, levanto la cabeza, aprieto el paso, veo a los niños, veo a los abuelos, a los noruegos salmónidos, miro de reojo a la derecha, los bakalas, que ya están en su banquillo a media mañana, y a la izquierda, en el del equipo rival, están los rusos chungos, rojos vs. fachas, y la pasarela se acerca a mis pies, la rampa punteada de alquitrán, la que me provoca carcajadas en mis gemelos que me dicen que pasan de subir, pero pierden otra vez, y arrastro mi arte por un terreno baldío, aparezco al otro lado, el temblor ha pasado bajo mis pies, los trenes me dan pena…
Y los electrodomésticos, la óptica guay, me miro en el reflejo, y es que aquí colocan los carteles de las elecciones, esquivo al niño de la mountain bike, las flores del parterre y el seto, que marcan el territorio de la tercera edad, mandolinas y chotis, bailes y ligues de dinosaurios, que en el fondo me gustan, la ciega señora encasetada, que no es ciega, pero tiene algún problema, y es que lo mío son memeces, y de repente, el charcazo del paso de cebra, la obra eterna y la basura, que conviven con el restaurante chino, donde comen los estudiantes y los guiris de medio pelo, y de nuevo caigo en la alfombra de alquitrán, paso, paso, paso, la casa postal, el jardín zen, tan abandonado a su suerte como la más alta cumbre del Himalaya, escalones, uno, dos y tres, esquivo al coche que ha aparcado justo aquí solidariamente, más pasos ligeros, la carpeta plasti-cosa se me escurre, machos a mi izquierda, en mono, una “redonda” rápida y ligera, que atravieso, ando más, y empieza la ascensión, pum, pum, pum, resueno, bareto, rellenos de algodón, las pinturas del dominguero, la plaza-rara-parking, pastisseria, pum, hasta hace poco aquí había una obra que parecía también eterna, la triste huerta a la derecha, el hiper de los repuestos, donde la cumbre llega a su fin, el premio es el llano, coches, el humo que ya tragué, miro a la derecha, miro a la izquierda, miro al frente, miro atrás, remiro, cruzo como si fuera una competición, arribo a mi destino, pero sólo es la mitad del camino…
A partir de aquí es como un pentatlón griego: me giro a la derecha y veo la granja del caballo, me tropiezo, levanto el mentón para plantearme un nuevo suicidio vial, pero me mantengo en las baldosas, bajo el mentón, las casas embutidas deben ser quebradas con la cadera, la cacharrada de la ONG me encajona, ¡cuidado! las palmeras y el abeto ya se han asfixiado, ¡derriba las sillas!, el falconetti del botellín de Coca-Cola y el chándal del Madrid, levanto el ojo y me sacrifico al asfalto, pero me perdona la vida, y paso por la tienda de “El Loco” anclado en los sesenta, agacho la cabeza y acelero, la Caja de Asfixies, el menudeo en el bareto, la chatarreria moderna, nuevo giro de cuello y compruebo, compruebo que el mago del fin de semana se ha vuelto librero del lunes, que la agitación del mercado es la misma que en una noche de cementerio, que el iglú de cristal ha dejado de estar ahumado y ha vuelto a su verde resplandor, y el super de pueblo, y la explotación del tintero a precios de oro, la caixa del poblado, llegamos a la curva mortal, la de la no vuelta atrás, la del ascenso y más rápido descenso, y cómo cuesta, flanqueado de manjares sibaritas, de ejemplos de costumbrismo oleoso y de los enemigos del arte barato, la imprenta demoníaca, los contenedores de brossa, la cafetería del exilio cantinero, y voy a cruzar, miro arrabal, nacen reflejos en lo alto que me alcanzan a 90 km por hora, miro al frente, a la derecha, donde rezuma hojalata de todos los colores frente a la casa de mis pesadillas, bancal de desdichas, miro abajo, y parecen los sanfermines del metal, no puedo cruzar, la desesperación hace mella en mi reloj, y cruzo, piso firme, talón-punta, paso recio, me atropella una bala, se acabó el cuento.
I N D E X
Trama: recorrido, casi deriva, de casa a la facultad, la repetición del camino permite observar e ironizar sobre el pueblo, la gente y la realidad diaria
Enfoque: Podría tratarse como un documento de guerra, la lucha diaria contra la pereza de recorrer esa distancia que separa el “saber”, el “aprender”, del hogar, una novela de un solo capítulo que se repite sin cesar. Se podría vestir al protagonista de directamente de soldado…otra opción sería jugar con el vestuario para transmitir la idea de que es un recorrido repetido día tras día.
Historia:
Abro la puerta, cierro la puerta, giro las cerraduras, compruebo que lo llevo todo, bajo escaleras, bajo escaleras, se me olvidó algo, subo escaleras, subo escaleras, giro las cerraduras, abro la puerta, me cago en la puta, ya lo llevaba, me miro al espejo, abro la puerta, cierro la puerta, giro las cerraduras, bajo escaleras, me detengo antes de abrir la puerta del zaguán para comprobar que no se me olvida nada, me miro en el reflejo, veo la calle, al final del pasaje, abro la puerta, llego al final del pasillo, me asomo con cuidado al borde, no quiero atropellar a nadie, y me lanzo, agacho la cabeza, ya llego tarde, paso entre los coches, levanto la cabeza, miro a la derecha, llego a la otra acera, agacho la cabeza, me miro en el reflejo de la zapatería, de la boutique y del Banco de Valencia, llego a la plaza, levanto la cabeza, aprieto el paso, veo a los niños, veo a los abuelos, a los noruegos salmónidos, miro de reojo a la derecha, los bakalas, que ya están en su banquillo a media mañana, y a la izquierda, en el del equipo rival, están los rusos chungos, rojos vs. fachas, y la pasarela se acerca a mis pies, la rampa punteada de alquitrán, la que me provoca carcajadas en mis gemelos que me dicen que pasan de subir, pero pierden otra vez, y arrastro mi arte por un terreno baldío, aparezco al otro lado, el temblor ha pasado bajo mis pies, los trenes me dan pena…
Y los electrodomésticos, la óptica guay, me miro en el reflejo, y es que aquí colocan los carteles de las elecciones, esquivo al niño de la mountain bike, las flores del parterre y el seto, que marcan el territorio de la tercera edad, mandolinas y chotis, bailes y ligues de dinosaurios, que en el fondo me gustan, la ciega señora encasetada, que no es ciega, pero tiene algún problema, y es que lo mío son memeces, y de repente, el charcazo del paso de cebra, la obra eterna y la basura, que conviven con el restaurante chino, donde comen los estudiantes y los guiris de medio pelo, y de nuevo caigo en la alfombra de alquitrán, paso, paso, paso, la casa postal, el jardín zen, tan abandonado a su suerte como la más alta cumbre del Himalaya, escalones, uno, dos y tres, esquivo al coche que ha aparcado justo aquí solidariamente, más pasos ligeros, la carpeta plasti-cosa se me escurre, machos a mi izquierda, en mono, una “redonda” rápida y ligera, que atravieso, ando más, y empieza la ascensión, pum, pum, pum, resueno, bareto, rellenos de algodón, las pinturas del dominguero, la plaza-rara-parking, pastisseria, pum, hasta hace poco aquí había una obra que parecía también eterna, la triste huerta a la derecha, el hiper de los repuestos, donde la cumbre llega a su fin, el premio es el llano, coches, el humo que ya tragué, miro a la derecha, miro a la izquierda, miro al frente, miro atrás, remiro, cruzo como si fuera una competición, arribo a mi destino, pero sólo es la mitad del camino…
A partir de aquí es como un pentatlón griego: me giro a la derecha y veo la granja del caballo, me tropiezo, levanto el mentón para plantearme un nuevo suicidio vial, pero me mantengo en las baldosas, bajo el mentón, las casas embutidas deben ser quebradas con la cadera, la cacharrada de la ONG me encajona, ¡cuidado! las palmeras y el abeto ya se han asfixiado, ¡derriba las sillas!, el falconetti del botellín de Coca-Cola y el chándal del Madrid, levanto el ojo y me sacrifico al asfalto, pero me perdona la vida, y paso por la tienda de “El Loco” anclado en los sesenta, agacho la cabeza y acelero, la Caja de Asfixies, el menudeo en el bareto, la chatarreria moderna, nuevo giro de cuello y compruebo, compruebo que el mago del fin de semana se ha vuelto librero del lunes, que la agitación del mercado es la misma que en una noche de cementerio, que el iglú de cristal ha dejado de estar ahumado y ha vuelto a su verde resplandor, y el super de pueblo, y la explotación del tintero a precios de oro, la caixa del poblado, llegamos a la curva mortal, la de la no vuelta atrás, la del ascenso y más rápido descenso, y cómo cuesta, flanqueado de manjares sibaritas, de ejemplos de costumbrismo oleoso y de los enemigos del arte barato, la imprenta demoníaca, los contenedores de brossa, la cafetería del exilio cantinero, y voy a cruzar, miro arrabal, nacen reflejos en lo alto que me alcanzan a 90 km por hora, miro al frente, a la derecha, donde rezuma hojalata de todos los colores frente a la casa de mis pesadillas, bancal de desdichas, miro abajo, y parecen los sanfermines del metal, no puedo cruzar, la desesperación hace mella en mi reloj, y cruzo, piso firme, talón-punta, paso recio, me atropella una bala, se acabó el cuento.
I N D E X
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